lunes, 15 de junio de 2009

El papel del Homo Sapiens en las Finanzas.


Los mercados de capitales están formados por personas, con sus características y sentimientos, sus temores y aspiraciones, condiciones todas ellas que tendrán que desempeñar un importante papel en sus decisiones y transmitirse en consecuencia al mercado. La Teoría de los Mercados Eficientes menospreciaba esta posibilidad alegando que aunque el comportamiento de un individuo puede afectar al rendimiento de su propia cartera, el efecto de unos inversores se compensa con el efecto de otros, de modo que al agregar todos esos comportamientos sesgados el resultado total es un comportamiento racional del mercado en su conjunto. Sin embargo, tras asistir a la evidencia de persistencia de ciertas anomalías provocadas por un arbitraje ineficaz inducido por inversores irracionales, es lógico preguntarse cuáles son los sesgos que alejan al individuo de un proceder racional.
Kahneman y Tversky (1979), partiendo de la idea de que el mejor modo de modelar el comportamiento limitadamente racional del individuo es observar cómo actúa, llevan a cabo una serie de experimentos y a partir de los resultados elaboran la Teoría de la Prospección, con la que sientan las bases de las Finanzas Conductistas, cuya evolución se ha producido a la par que se han formalizado multitud de conceptos psicológicos. El programa de investigación en la Economía Conductista ha constado de dos componentes, tal como señalan Mullainathan y Thaler (2000): identificar el modo en que el comportamiento difiere del modelo racional y mostrar cómo influye este comportamiento en contextos económicos. Para ello, los investigadores han desarrollado multitud de experimentos basándose en los estudios sobre la existencia de sesgos cognitivos llevados a cabo en el campo de la Psicología y con el ánimo de explicar las anomalías observadas en el mercado. Una importante característica de este tipo de experimentos es que las tareas a las que se enfrentan los participantes suelen ser simples, a pesar de lo cual suelen observarse errores sistemáticos en su resolución, debidos a los heurísticos y ardides que aplican los individuos a la hora de tomar decisiones que requieren ciertos costes, como son el tiempo o el esfuerzo mental. Una de las grandes críticas que han recibido los trabajos experimentales es que corren el riesgo de conducir a modelos influenciados por una psico-manía que consiga justificar cualquier fenómeno irregular a
través de alguna característica psicológica. En consecuencia, es necesario seguir desarrollando trabajos empíricos que identifiquen qué sesgos influyen en las decisiones del inversor y en consecuencia también en el proceso de formación de precios. Asimismo es necesario indagar en cuáles son los motivos por los que ciertos sesgos persisten en los mercados financieros a pesar de que hay importantes incentivos para tomar decisiones adecuadas, la información disponible es extensa, es posible llevar a cabo acciones de arbitraje y las posibilidades de aprendizaje por parte de los participantes son patentes debido a la frecuencia con que actúan (Zeckhauser, Patel y Hendricks, 1991).
La emoción puede definirse como una disposición a actuar y pensar de determinada manera que va unida a ciertos sentimientos. Kahneman y Riepe (1998, página 53) definen los sesgos como errores sistemáticos en los juicios y toma de decisiones de los individuos. Según Hirshleifer (2001) existen tres fuentes de sesgos. La primera de ellas sería la simplificación, es decir, la necesidad del individuo de utilizar heurísticos que hagan más sencilla la comprensión y resolución de un problema de decisión debido a que los recursos cognitivos que posee son limitados (por ejemplo, una capacidad de lectura limitada, una memoria finita o un poder de procesamiento de los datos restringido). La simplificación sería la responsable de sesgos como la tendencia a centrarse en la información disponible fácilmente, la influencia sobre las decisiones de los individuos que tiene el modo en que se plantean los problemas, o la tendencia de los individuos a medir los resultados obtenidos en relación a un valor de referencia. La segunda fuente de sesgos tiene su origen en las limitaciones cognitivas y se traduce en una valoración inadecuada de las propias capacidades, lo que deriva en la aparición de sesgos como el exceso de confianza en la propia capacidad de decisión. La tercera fuente proviene de las emociones que en ocasiones empañan la razón, hacen perder el control y conducen a decisiones inadecuadas. Entre los sesgos relacionados con esta tercera fuente pueden citarse la aversión a materializar las pérdidas en el presente aunque ello pueda evitar que éstas sean mayores en el futuro.

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